martes, septiembre 13, 2005

LA NOCHE DE LA GOLONDRINA


Quizás nunca debí parar. Sin embargo, lenta, pero inexorablemente, la aguja en mi salpicadero amenazaba con tocar fondo antes de poder llegar al motel donde pasaría la noche. Una reserva por teléfono y pocos datos: cuarenta minutos tras cruzar la frontera de Nuevo Méjico, en la 66, un gran luminoso de neón azul en forma de pájaro… Motel Blue Swallow Una golondrina azul en medio de la nada. Habitación para uno y me iré temprano… ¿Ruido aquí?, No demasiado…

Había conducido durante 700 kilómetros, atravesando parte del desierto de Mojave y el estado de Arizona sin llenar el depósito, y habiéndome cruzado en todo el trayecto tan sólo con media docena de estaciones de servicio. Por ello, cuando, a lo lejos, distinguí el destello de lo que parecía ser una, me dispuse a detenerme, aliviado, alegre, apurando una botella de bourbon en miniatura que viajaba en el asiento de al lado. Subí la música y el ritmo trajo a mi cabeza instantáneas de días anteriores: las blanquísimas carcajadas de Ana en San Francisco, el viaje a lo largo del estado en este mismo Dodge de alquiler, la noche en Nevada, luces y más luces, las fotos en Las Vegas, mi traje manchado de vino sobre la silla de aquella habitación de hotel…

Detuve el vehículo junto al surtidor más cercano a la pequeña cabina del encargado. Tan cerca, que pude ver su rostro de refilón, medio escondido tras una pantalla de ordenador que parecía caber a duras penas en el reducido habitáculo. Dejé la puerta abierta al descender, y la música se desparramó en el silencio de una noche que comenzaba a ser fría. ¡Lleno!, grité, convencido de que el hombre podría oírme sin necesidad de introducirme en su ventanilla. En realidad, ni siquiera giré la cabeza, ocupado como estaba en intentar poner orden dentro del coche, inundado con bolsas y envases de la comida para llevar que había engullido durante el trayecto. Supe que me había escuchado cuando sentí sus pasos detrás de mí y le oí extraer la manguera de su alojamiento en el surtidor.

El primer golpe sólo produjo sorpresa, aunque fue duro y en mitad de la espalda. No caí al suelo hasta el tercero, en la parte posterior de las rodillas, y tras un segundo que esquivé con el brazo. Entonces pude verle, sólo unos instantes, antes de que apretara el gatillo de aquella manguera e inundara mi rostro de combustible. También le oí reír, antes de perder el sentido y tras haberme golpeado fuertemente en la cabeza.

Cuando desperté estaba atado, sentado en el suelo de la pequeña cabina y aún así con la cabeza por debajo de las pequeñas ventanas que la rodeaban. Sin poder saber qué sucedía fuera, miré a mi alrededor. El espacio, de escasos cuatro metros cuadrados, era blanco en su totalidad, aunque el polvo y el humo de muchos cigarrillos fumados en su interior le habían dado una tonalidad grisácea. Unas botas de agua compartían rincón conmigo, restos de pan y otros alimentos salpicaban el suelo, y colgada en una percha descansaba una sucia gabardina.

Entonces oí sus pasos. Entró en la cabina y permaneció mirándome unos segundos, antes de agarrarme por las cuerdas y arrastrarme al exterior. Vi mi coche ardiendo a unos cien metros, las llamas elevándose en el negro de la noche. No me habló hasta que yo no lo hice. “¿Va a matarme?” –pregunté-. “No, yo no me encargo de eso”, fue toda su respuesta. Acto seguido, trajo del interior una enorme bolsa de plástico en la que me introdujo, tras amordazarme y asegurar mis ataduras. Sentí como me arrastró aún unos metros más, para después depositarme dentro del contenedor de basura que, junto a los surtidores y aquel cuchitril, constituía todo el mobiliario del lugar. Oí sus pasos alejarse. Después, el silencio absoluto.

Supongo que alguien, durante las próximas horas, me habrá de recoger para ser volcado en un enorme camión donde seré triturado. Si ha de ser así, espero que no tarde mucho… La noche es gélida en el desierto. Y aquí dentro apesta. La risa de Ana es hermosa… Ya lo creo que sí. Y ganamos dos veces en la mesa de backgamon… Fue genial. En el coche han ardido las fotos, y también el traje que no tuve tiempo de mandar a limpiar… Esto está tan oscuro. No hay luces como en Las Vegas… Sólo espero que en el Motel Golondrina Azul , menudo nombre, sean comprensivos con mi ausencia, y que el seguro del Dodge cubra este tipo de imprevistos.


BSO “Carretera Perdida” Angelo Badalamenti

Este relato ha sido inspirado por el trabajo fotográfico de William Knipscher y Thomas Le Rose

4 comentarios:

Anonymous Anónimo said...

Me encanta. No sé como puedes conseguir ese ambientillo de motel de carretera americano. A mí ya me cuesta intentarlo con una pensión barata española.
Pero me gusta, me gusta ...

(No confíes demasiado en el seguro del Dodge).

9:20 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Badalamenti y Lynch son Diosss!!
Como son las cosas; debo tener la mente de un calenturiento subido, porke pensaba ke todo iba a terminar en un polvazo salvaje con olos a gasoil y manos llenas de grasa.
Muy chulas las fotos!

11:31 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

¡si es que ande esté viajar por Extremadura que se quiten todos los Mexicos!

6:02 p. m.  
Blogger diario said...

tia, camino a la perdición, relato de copita, tu me entiendes, perdidita durango

2:42 p. m.  

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